Por Jesús M. González Barceló – Presidente del Think Tank Hispania 1188
Hubo un tiempo en que la palabra “hombre” era sinónimo de deber. No se medía por su cartera ni por sus seguidores en redes, sino por su capacidad de sufrir, proteger, construir y morir con la frente en alto. Un tiempo en que el Rey inspiraba temor y amor a partes iguales; en que el General era maestro de hombres, no de PowerPoints; en que los padres legaban a sus hijos no una herencia material, sino un apellido limpio y un ejemplo férreo.
Ese tiempo se ha ido. Lo hemos sustituido por esta grotesca feria de las vanidades políticas donde los antiguos portadores de la corona o del sable han sido reemplazados por payasos de despacho, mercachifles de promesas huecas, vendedores de alfombras ideológicas que no cubren ni el suelo moral que ellos mismos han hollado.
Los hombres de antaño servían a su patria como una extensión natural de su alma. Hoy los políticos sirven a su ego como una secta sirve a su gurú. La política se ha feminizado en el peor sentido del término, no por sensibilidad o compasión, sino por superficialidad, teatralidad y cosmética emocional. No hay virilidad. No hay estoicismo. Solo postureo, encuestas y cobardía.
La hombría se ha vuelto delito. El honor, una antigualla. Y la patria, un malentendido. Nos han convencido de que la masculinidad es tóxica, pero jamás han combatido con barro en la cara, ni han enterrado a un camarada, ni han defendido su casa con las manos desnudas. No. Para ellos, la lucha es un hashtag y la justicia una subvención.
Pero no todos hemos olvidado.
Hay una España que aún recuerda. Una Hispania de nervio y de yunque. Una reserva espiritual que aún late en las entrañas de algunos hombres que no se arrodillan ante el fango. Hombres que no piden perdón por su fuerza, su fe o su historia. Hombres que saben que la política sin honra es prostitución con corbata.
A todos esos les digo: no estáis solos. El tiempo del bufón pasará. Y cuando lo haga, será la voz del bravo, del padre, del soldado, del sabio y del mártir la que reconstruya los cimientos de Occidente.
Porque el futuro no pertenece a los tibios.
El futuro pertenece a los que aún empuñan la espada. Aunque sea de palabras.
Y a todos esos políticos de salón, vendedores de humo con pinta de mayordomos progresistas, les decimos sin rodeo:
Podéis seguir fingiendo que gobernáis,
podéis seguir maquillando la ruina,
pero cuando el tambor del despertar retumbe,
no habrá escaño, ni escolta, ni discurso que os salve.
Porque el que olvida el filo de la espada,
será tragado por su silencio..
