España y Marruecos han recurrido en numerosas ocasiones al teléfono como vía rápida para cerrar crisis bilaterales, demostrando que la diplomacia silenciosa puede antes actuar que el protocolo oficial.
Las relaciones entre España y Marruecos han conocido decenas de episodios de tensión a lo largo de las últimas décadas. Sin embargo, una constante poco visible al público general ha sido el recurso recurrente al hilo telefónico para resolver conflictos que, de otro modo, hubieran escalado. En múltiples ocasiones, líderes, jefes de Estado o ministros de ambos países han optado por llamadas directas antes de que los medios registrasen el malestar mutuo, y han logrado sellar acuerdos o calmar tensiones bajo la discreción del auricular.
Uno de los momentos más simbólicos de este tipo de diplomacia fue el viaje del entonces rey de España, Juan Carlos I, a Marruecos en julio de 2013, en lo que sería su última visita oficial al país vecino como jefe del Estado. El viaje cerró una etapa de desencuentros y se produjo después de que las partes hubieran avanzado ya en la solución de importantes crisis mediante conversaciones telefónicas previas. Este gesto marcó la madurez de un nuevo estilo de interlocución bilateral menos mediático y más pragmático.
Para España, estas llamadas telefónicas han servido para evitar la escalada pública de incidentes tan diversos como la crisis migratoria, las disputas pesqueras, los roces en la frontera del Sáhara Occidental o los incumplimientos de compromisos por parte de empresas con contratos en Marruecos. Por su parte, Marruecos ha valorado esta vía como una forma de preservar su imagen ante sus socios europeos, mientras consigue que España reconozca puntos de interés compartido sin necesidad de enfrentamientos públicos.
Este estilo de diplomacia “a puerta cerrada” ha generado ventajas claras: rapidez, flexibilidad, discreción y mínimo desgaste público. Pero también plantea preguntas sobre la transparencia y la rendición de cuentas, ya que muchos de los acuerdos alcanzados por teléfono quedan fuera del escrutinio parlamentario o mediático. El uso del teléfono como herramienta clave de mediación convierte la agenda bilateral en algo menos visible para la ciudadanía, aunque posiblemente más efectivo.
En el contexto actual, en el que las relaciones hispano‑marroquíes vuelven a atravesar momentos tensos ‑‑ya sea por cuestiones migratorias, seguridad, pesca o intereses económicos en el Mediterráneo‑‑, el recurso a conversaciones directas por teléfono se mantiene como uno de los canales preferentes para “apagafuegos” diplomáticos antes de que los problemas se conviertan en crisis abiertas.
Mientras tanto, analistas de política internacional recomiendan que España y Marruecos combinen esta vía informal con los mecanismos institucionales tradicionales, de modo que las soluciones alcanzadas por teléfono sean posteriormente formalizadas, comunicadas y sujetas a control democrático. Solo así podrá equilibrarse la eficacia de la mediación telefónica con la transparencia que exige una relación compleja y vital para ambos países.








