Documentos desclasificados revelan la magnitud del programa de control mental desarrollado por la CIA que, entre 1952 y 1973, sometió a miles de ciudadanos —muchos de ellos inocentes— a experimentos de manipulación psicológica, drogas alucinógenas, electroshocks y torturas sensoriales en un intento por “reprogramar” sus mentes.
Muertes, daños irreparables y víctimas olvidadas
Entre los casos documentados está el de un joven paciente que ingresó a un instituto psiquiátrico de Montreal por problemas de salud y terminó sometido a decenas de sesiones de electroshock de alto voltaje. Dejó el centro con graves secuelas mentales y una vida completamente alterada. En otro caso, un paciente recibió descargas eléctricas de forma continuada durante casi dos meses, pese a las súplicas de sus familiares.
Las víctimas del programa no fueron únicamente enfermos mentales o prisioneros. También incluyó a ciudadanos comunes, estudiantes y personas contactadas bajo engaño que jamás dieron su consentimiento para participar en los experimentos. Incluso se llevaron a cabo pruebas encubiertas a personas drogadas sin saberlo.
Métodos atroces para borrar la mente
El proyecto —conocido en distintas etapas como Bluebird, Artichoke y, finalmente, MK-ULTRA— utilizó técnicas extremadamente invasivas: administración de LSD y otras sustancias psicoactivas, hipnosis, aislamiento prolongado, privación del sueño, repetición forzada de mensajes, terapias de electroshock y explotación sexual.
En uno de los episodios más perturbadores, prostitutas contratadas por la CIA suministraban drogas a sus clientes sin su consentimiento mientras los agentes observaban el comportamiento de las víctimas desde salas con espejos unidireccionales.
Un plan impulsado por el miedo de la Guerra Fría
En el contexto de la Guerra Fría, el gobierno estadounidense temía que la Unión Soviética y China estuvieran desarrollando técnicas avanzadas de control mental. Ese pánico llevó a la CIA a invertir millones de dólares en investigaciones secretas y a involucrar hospitales, universidades y centros médicos que, en muchos casos, ignoraban el verdadero origen de los fondos.
El programa contó con la participación de científicos, psiquiatras y especialistas reconocidos, lo que dio una apariencia de legitimidad a prácticas que, en realidad, violaban gravemente los derechos humanos.
Justicia parcial e impunidad persistente
Cuando el programa salió a la luz en la década de 1970, gracias a investigaciones periodísticas y a una comisión del Senado estadounidense, la mayoría de los documentos ya habían sido destruidos por orden de altos cargos de la CIA. Solo unas cuantas víctimas recibieron compensaciones, mientras que la mayoría de los responsables nunca comparecieron ante la justicia.
El principal impulsor del programa, un alto funcionario científico de la agencia, dirigió durante años los experimentos con seres humanos sin consecuencias legales. Murió décadas después sin ser juzgado.
A pesar de la destrucción masiva de archivos, algunos documentos sobrevivieron, exponiendo uno de los capítulos más oscuros de la historia de la inteligencia estadounidense.
















