La presencia y movilización de la generación Z a nivel global se ha transformado en un fenómeno significativo, dejando huella en la política de diversas naciones. Estos jóvenes, armados con una conexión digital única, han expresado su frustración a través de protestas, mostrando que la apatía no es una opción ante las injusticias y promesas incumplidas por parte de gobiernos y sistemas políticos.
En naciones como México, Marruecos, Perú y Bangladesh, la generación Z ha logrado desplazarse más allá de las agendas políticas tradicionales. Su lucha es un reflejo de un descontento por las promesas que no se han cumplido, el desempleo, la violencia y la corrupción. Esto ha llevado a que se organicen digitalmente, utilizando herramientas y símbolos de la cultura pop como emojis, memes y referencias de videojuegos para expresar sus demandas.
Según un análisis de la Universidad Central de Colombia, estos iconos se han convertido en una forma de cohesión e identidad grupal. «Los emojis son herramientas clave en la construcción de identidad y sentido de pertenencia de estos jóvenes», comenta Alejandra Quintero Nonsoque. Este uso innovador del lenguaje digital ha permitido que la generación Z se sienta más unida y visible en un contexto donde a menudo se les obvia.
Una investigación de la Universidad Estatal de Montclair también destaca que esta generación ha crecido en un mundo marcado por crisis sociales y económicas. Desde la pandemia hasta problemas de discriminación, estas situaciones han intensificado el miedo y la ansiedad entre los jóvenes. «No se rebelan por un idealismo utópico, sino por supervivencia», explica Francisco José Pradana, lo que sugiere que están motivados por la necesidad de cambio más que por un ideal noble.
Las protestas organizadas por la generación Z son distintas; tienden a ser virales y espontáneas, en ocasiones incluso sin líderes visibles. Utilizan plataformas digitales para dar voz a sus demandas, lo que ha resaltado problemas sociales como la desigualdad y la corrupción. En regímenes represivos, el alto riesgo de violencia y represión ha amplificado su capacidad de movilización, convirtiendo su indignación en un fenómeno global.
En México, las masivas manifestaciones tras el asesinato de Carlos Manzo fueron un claro ejemplo del poder de convocatoria de la juventud. Miles salieron a las calles, obligando a los líderes a reconsiderar sus prioridades políticas, evidenciando que aunque no lograron derribar al gobierno, sí elevaron el coste político de ignorar sus demandas.
Por otro lado, en Marruecos, la generación Z ha encontrado una forma de protesta más sutil a través del boicot. Coordinados por redes sociales, los jóvenes han denunciado la incapacidad del gobierno para satisfacer necesidades básicas, como la educación y sanidad, al tiempo que atacan el gasto en eventos deportivos. Esta presión de consumo ha llevado al gobierno a responder a sus demandas de forma directa.
Las recientes movilizaciones en Nepal también demuestran el poder de esta generación. Aunque no llevaron al derrocamiento del gobierno, forzaron la reanudación de investigaciones sobre corrupción y abuso de poder. Documentando abusos mediante teléfonos móviles, estos jóvenes han transformado la denuncia pública en una herramienta de cambio.
Finalmente, en Bangladesh, la movilización juvenil fue clave para la renuncia del gobierno. Empezando como protestas por la educación, rápidamente se transformaron en un clamor contra la corrupción y la desigualdad. Aunque enfrentaron una fuerte represión, su determinación logró unir a la juventud en un llamado por el cambio real.
La generación Z no solo ha cambiado la narrativa política en sus países, sino que también ha mostrado que el futuro está en manos de aquellos que se niegan a aceptar el silencio. Con su capacidad única para conectarse y movilizarse a través de la tecnología, están redefiniendo lo que significa ser un ciudadano activo hoy en día.


















