Según un reciente artículo, a pesar de que Junts ha declarado públicamente su ruptura con el Gobierno, ambos estarían negociando discretamente en la sombra. Una estrategia que raya lo absurdo: romper en escena mientras se arregla bajo bambalinas. ¿Coherencia? Casi nunca. ¿Oportunismo? Al por mayor.
La relación entre el Gobierno y Junts se declaró rota hace pocas semanas: Junts anunció el fin del apoyo parlamentario, el registro de enmiendas a la totalidad a leyes clave y un veto a todas las iniciativas del Ejecutivo. Sin embargo, ha saltado la noticia de que, tras la fachada de ruptura, podrían existir negociaciones “en la sombra” entre ambos.
La noticia recuerda aquella vieja táctica política del “te divorcio para pedirte favores” disfrazada de dramatismo identitario. Junts se presenta como oposición firme, pero su silencio sobre contactos discretos resulta más que sospechoso. Ese doble juego —ruptura pública, acuerdo privado—, lejos de inspirar confianza, genera hartazgo y desprestigia la política.
¿Por qué celebrar una ruptura si lo que hay es un baile de trastienda?
La ruptura se vendió como un hito: “basta de incumplimientos”, “no vendemos Cataluña”, “fuera del Gobierno”. Pero si detrás de esa pose se negocia en privado, la ruptura se convierte en una cortina de humo. Lo que parece un acto de dignidad, en realidad podría ser una jugada de poder.
El problema no es solo ético —ese desdén por la coherencia— sino funcional: cada vez que se juega con la narrativa del conflicto mientras se mantiene la dependencia parlamentaria, se debilita la confianza en las instituciones. Y lo que es peor: se encoge el margen de maniobra real de quienes prometen “cambio”.
¿Qué gana cada parte con esta doble estrategia?
Para el Gobierno, mantener abiertas vías de diálogo con Junts puede servir para salvar leyes difíciles, aprobar decretos comprometidos o evitar ser aplastado por una mayoría opositora. Para Junts, mantener el veto público les da imagen de firmeza en Cataluña, mientras que el contacto privado les permite extraer concesiones o prebendas sin cargar con el coste político de alinearse abiertamente.
El resultado es un “popurrí político” en el que nadie puede creerse del todo nada. El riesgo: que la ciudadanía termine aborreciendo la política, no por su contenido, sino por su cinismo superficial.
La trampa del teatro: ruptura sin consecuencias reales
Cuando las rupturas no tienen consecuencias reales —si tras ellas todo sigue igual— la palabra “ruptura” pierde valor. Deja de ser una ruptura de verdad para convertirse en un simple eslogan mediático reutilizable en cada capítulo del serial político. Eso enferma la credibilidad; lo que se pretende vender como valentía acaba siendo disfraz de conveniencia.
La desconfianza no nace del desacuerdo ideológico: nace del engaño. Cuando se presume de ruptura pero se sigue negociando, la política deja de representar aspiraciones para representar trastiendas.
Conclusión: tanta teatralidad no conduce a ningún buen guion
Si realmente vivimos tiempos de convulsión política, sería justo que las formaciones honestas dejaran de actuar como actores de telenovela. Una cosa es negociar en privado con lealtad institucional, otra muy distinta es mentir con estilo, romper para pactar, victimizarse para beneficiar. El problema no es Junts, no es el Gobierno: es el desprecio por la coherencia, la transparencia y el respeto a quienes creen en las instituciones.
Y en ese escenario, todos pierden —menos los que saben mover las fichas a oscuras.















