La política de festejos impulsada por Pilar Orozco deja una sensación agridulce entre los hosteleros de Ceuta: se autoriza la instalación de barras exteriores, pero se prohíbe la música ambiente, el ingrediente que convierte una calle en un espacio vivo durante la Navidad. Un paso adelante… y dos atrás.
(El problema no es el ruido, sino quién genera el ruido).
Es justo reconocer lo positivo. Este año, por fin, se ha permitido la colocación de barras exteriores en establecimientos de hostelería durante las fiestas. Una medida largamente reclamada que ha sido posible gracias a la colaboración entre la Asociación de Hosteleros, la Consejería de Urbanismo, la de Turismo y la de Festejos. La coordinación interdepartamental ha demostrado que, cuando hay voluntad política, se pueden dar respuestas útiles al tejido económico local.
Sin embargo, la medida se queda claramente a medias. Porque mientras se autoriza vender en la calle, se prohíbe la instalación de equipos de música en el exterior —salvo contadas excepciones, sin criterios claros ni justificación pública—, lo que en la práctica desactiva el consumo, enfría el ambiente y resta atractivo a la experiencia navideña.
La contradicción es evidente: la misma Consejería de Festejos que ahora esgrime el argumento del ruido para vetar música ambiente en bares y terrazas es la que programa y promociona conciertos, zambombadas y actuaciones en esas mismas zonas durante estas fechas. Si el problema es el ruido, ¿por qué lo es para un altavoz de ambiente y no para un escenario municipal?
Esta doble vara de medir no solo resulta incoherente, sino que alimenta la sensación de agravio comparativo entre hosteleros. Algunos establecimientos reciben permisos puntuales; otros, con idénticas condiciones, no. No hay criterios públicos, ni horarios homogéneos, ni límites de decibelios transparentes. Solo prohibiciones generales… y excepciones selectivas.
La consecuencia es clara: se desaprovecha una oportunidad real para dinamizar el centro, alargar la estancia del público y fomentar el consumo responsable en un contexto festivo controlado. La música ambiente —no macroconciertos— es parte esencial del espíritu navideño en cualquier ciudad turística. Prohibirla mientras se llena la agenda de eventos municipales es, como mínimo, una mala señal.
Además, esta gestión vuelve a poner el foco sobre una consejería que ya ha estado rodeada de polémicas en el pasado por acusaciones y críticas públicas relacionadas con supuestos favoritismos en adjudicaciones a entornos cercanos. Aunque cada caso debe analizarse con rigor y garantías, la falta de transparencia actual —permisos desiguales, decisiones sin explicación— no ayuda a disipar dudas ni a generar confianza.
Ceuta necesita reglas claras, iguales para todos y fáciles de cumplir. O hay un problema de ruido y se regula con límites objetivos, o no lo hay y se permite la música ambiente con horarios y controles. Lo que no puede hacerse es invocar el ruido según convenga, mientras se programa desde la propia Consejería aquello que se prohíbe a la iniciativa privada.
Conclusión:
Autorizar barras y silenciar la música es apostar por una Navidad a medio gas. La hostelería no pide barra libre, pide coherencia, criterios públicos y trato igualitario. Si la Consejería de Festejos quiere de verdad dinamizar la ciudad, debe armonizar sus decisiones con lo que ella misma promueve. De lo contrario, Ceuta seguirá teniendo fiestas oficiales… y calles inexplicablemente mudas.















