Pedro Sánchez, en su calidad de Secretario General del PSOE, ha tomado la responsabilidad «en primera persona» por la mala gestión de las denuncias de acoso contra Francisco Salazar, un ex asesor en Moncloa. Durante un reciente discurso en el Congreso, donde se celebraba el Día de la Constitución, el presidente del Gobierno admitió que no se había contactado con las víctimas durante un periodo de seis meses, a pesar de que dos de ellas habían presentado denuncias a través del canal adecuado. Sánchez rechazó, sin embargo, la idea de que esta falta de acción fuera «premeditada» o que su partido hubiera ofrecido protección a Salazar.
El malestar que ha surgido tanto dentro como fuera del partido es notable. Los socialistas han calificado de «vomitivos» algunos comportamientos hacia las mujeres y, como resultado, la dirección federal del PSOE decidió redoblar esfuerzos y enviar un mensaje interno de autocrítica a sus miembros. El enfado ha sido palpable en varias federaciones del partido, y la inacción ante las denuncias que datan de hace cinco meses ha encendido aún más las críticas.
Esta demora, sumada a la naturaleza grave de las acusaciones, podría tener un impacto desastrozo en la credibilidad del PSOE, particularmente ante las mujeres, que representan uno de sus principales grupos de votantes. Con un trasfondo político así, el PSOE enfrentará un reto monumental en la próxima campaña electoral en Extremadura.
La campaña en esta comunidad autónoma ya se encuentra en marcha y todos los partidos están conscientes de que sus esfuerzos van más allá de obtener un buen resultado local. La disputa en Extremadura es vista como un precursor de lo que se espera en las elecciones generales, actuando como un primer examen antes del gran desafío.
Sin embargo, el PSOE realiza esta campaña con un lastre significativo: las acusaciones contra Francisco Salazar y las complicaciones en torno al hermano de Pedro Sánchez, específicamente en la misma comunidad. Este lastre se suma a otros casos como las controversias que involucran a Koldo-Cerdán y José Luis Ábalos, ampliando el espectro de problemas que el partido necesita abordar, no solo en términos de corrupción, sino también de machismo, que contradicen la imagen de un partido que se autodenomina feminista.
Del lado de la oposición, en Extremadura, hay tensiones constantes entre Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal, que compiten por ganar votantes de manera feroz. De acuerdo con las encuestas, es probable que el Partido Popular necesite de Vox para formar gobierno, lo que podría intensificar el desafío entre ambos líderes, aunque por el momento, este intercambio parece no pasar más allá de la retórica vacía.
La situación que se observa en Extremadura ya ha tenido precedentes en otras comunidades, donde la necesidad de una alianza ha llevado al PP a asumir postulados de la ultraderecha. Esta situación genera una incertidumbre sobre cómo se desarrollarán las negociaciones postelectorales y si realmente están dispuestos a llevar a cabo esos compromisos.
En el ámbito nacional, Sánchez ha reconocido las tensiones con Junts, señalando que han incumplido compromisos. Mientras admitió en una reciente entrevista que la negociación con este grupo está «totalmente rota», mantiene la firmeza al asegurar que las elecciones se celebrarán en 2027. La contradicción en sus palabras ha sido objeto de críticas, especialmente cuando anteriormente afirmaba estar cumpliendo con los acuerdos establecidos.
En medio de este contexto, Sánchez enfrenta recriminaciones por su actitud ante los independentistas y por la incapacidad de resolver los conflictos de su propio partido. Por su parte, Feijóo le ha reprochado por sufrir una pérdida de dignidad como presidente al depender de grupos políticos que él mismo ha criticado.
Ábalos, ex secretario de organización socialista, ha sido otro foco de controversia. La afirmación de Sánchez sobre no conocer su «vida disoluta» se ha cuestionado por muchos, sugiriendo que alguien en el equipo debía haber estado al tanto. La ex vice presidenta, Carmen Calvo, incluso insinuó que le hizo llegar sus preocupaciones acerca del exministro antes de su despido, aunque también mencionó que la corrupción fue una sorpresa para todos cuando se hizo pública.
Finalmente, en la misma entrevista, Sánchez advirtió que no aceptará ningún tipo de chantaje ni por parte de Ábalos ni del PP. Al parecer, decidió mantener su posición en medio de las acusaciones lanzadas por Ábalos, quien ha comenzado a filtrar información en medios críticos al Gobierno. Este conflicto interno refleja una compleja red de lealtades y traiciones que están inevitables en un panorama político cada vez más tenso.














