En el este de Ucrania, la guerra moderna está cambiando radicalmente la forma de atender a los heridos y poniendo en entredicho décadas de doctrina militar occidental. El uso masivo de aeronaves no tripuladas (UAS, por sus siglas en inglés) ha provocado que la mayoría de las lesiones en el frente sean provocadas por metralla y explosiones, dejando en un segundo plano los tradicionales heridos por bala.
Sentado en un hospital de campaña, el teniente coronel Roman Kuzic analiza estadísticas que reflejan que casi el 98% de los heridos presentan traumas por explosión, mientras que sólo un 1,9% sufren heridas de bala. La rapidez de evacuación que predica la doctrina de la OTAN, conocida como «golden hour» (hora de oro), no se cumple en el terreno ucraniano: los soldados pueden permanecer entre cinco y seis horas con torniquetes, multiplicando el riesgo de amputaciones.
La medicina de combate local ha adaptado sus protocolos: el torniquete se coloca más cerca de la herida y se complementa con métodos menos agresivos, como gasas hemostáticas. Este cambio refleja la magnitud de las amputaciones en el ejército ucraniano, que según distintas fuentes, oscilarían entre 30.000 y 100.000 miembros perdidos, frente a 1.705 en 16 años de conflictos estadounidenses en Irak y Afganistán.
Los drones también están transformando la protección personal. Heridas en la cabeza y el cuello son cada vez más frecuentes, lo que ha llevado a los médicos a sugerir un rediseño de cascos y chalecos antibalas. Kuzic y sus colegas han alertado durante meses a la OTAN sobre la obsolescencia de su entrenamiento, basado en conflictos pasados donde los drones no jugaban un papel central. Incluso Valerii Zaluzhnyi, exjefe militar ucraniano, afirmó que la Alianza Atlántica necesita cinco años para adaptarse a la guerra actual.
La adaptación no solo alcanza la cirugía y el traslado de heridos: se han implementado robots-camillas como el “Maul”, capaces de recorrer decenas de kilómetros bajo fuego de drones enemigos para evacuar soldados. Mientras tanto, ambulancias tradicionales se han visto obligadas a mantenerse a 30 kilómetros de las líneas del frente, dejando a los heridos en espera durante días.
El conflicto también ha generado un nuevo trastorno: la “fobia a los drones”. Soldados expuestos constantemente a ataques de UAS desarrollan ansiedad, insomnio y paranoia, según el jefe de psiquiatría del Hospital Militar de Kiev, Andree Chaikovsky. Para tratar este fenómeno, los médicos recurren a visores de realidad virtual que simulan escenarios con drones, buscando desensibilizar a los pacientes.
Soldados como Oleg y Nasar, que estuvieron en unidades de drones o antidrones, son ejemplos de este trauma emergente. «Se supone que vamos a Europa a aprender y somos nosotros los que terminamos enseñando», señala uno de los militares, reflejando la paradoja de la guerra moderna: Ucrania se ha convertido en una escuela de combate para la OTAN, no al revés.
















